El camino que recorrí durante los últimos diez años me llevó hasta este libro. Cada vez más convencido de la necesidad de una reforma del pensamiento y, por lo tanto, de una reforma de la enseñanza, aproveché muchas oportunidades para pensar en este tema. Por consejo de Jack Lang, ministro de Educación, había enunciado «algunas notas para un Emilio contemporáneo». Había pensado en un «manual para escolares, docentes y ciudadanos», proyecto que aún no abandoné.
Luego, en varios coloquios y varios honoris causa en universidades extranjeras, incluí en mis discursos mis ideas aún en formación. En el verano de 1977 fui llamado por Le Monde de l’éducation para ser «redactor en jefe invitado» del número sobre La Universidad y ahí comencé a formular mi punto de vista. Luego, en diciembre, el ministro Claude Allégre me pidió que presidiera un «Consejo científico» dedicado a reflexionar sobre la reforma de contenidos en los liceos. Gracias al apoyo de Didier Dachuna-Castelle, organicé jornadas temáticas que me permitieron mostrar la viabilidad de mis ideas. Pero éstas habían ocasionado tantas resistencias que el informe que contenía mis propuestas desapareció por completo.
Sin embargo, mi reflexión se había puesto irremediablemente en marcha y la continué en este trabajo que constituye su culminación. Quise partir de los problemas que considero más urgentes y más importantes y quise indicar el camino para tratarlos. Quise partir de las finalidades y mostrar cómo la enseñanza, primaria, secundaria, superior, podía servir a estas finalidades.
Quise mostrar cómo la solución de los problemas, la sujeción a las finalidades debía implicar, necesariamente, la reforma del pensamiento y de las instituciones. Los que no me leyeron, y me juzgan según las habladurías del microcosmos, me atribuyen la idea bizarra de que yo propondría una poción mágica llamada complejidad como remedio para los males del espíritu. Al contrario, la complejidad para mí es un desafío al que siempre me propuse responder.